Italia, de la Toscana al Véneto (primera parte)

Finalmente han sido dos semanas en Italia que podría relatar día a día y casi minuto a minuto. Para eso ya tengo el cuaderno de viaje por lo que mejor pasaré todos los recuerdos, fotos, momentos,… por el alambique y destilaré lo que para mi han sido las esencias de nuestro discurrir por estas dos regiones italianas. El viaje en barco, San Gimignano, Venecia, Burano, Pisa, con esto es suficiente para explicar todo lo visto, oído, saboreado, en estos quince días italianos.

La muerte de Alicia, madre de Arancha, no por esperada dejó de suponer un golpe para todos. Finalmente hicimos el viaje según lo previsto los Subías Ginés y dos días después se unieron los Subías Rapún.

 

El barco.

El ferry de la Grimaldi que hace el trayecto Barcelona – Livorno está adecuado a un transporte en el que se combinan los pasajeros (numerosos en verano y casi inexistentes en invierno) con la carga de camiones y remolques que es la actividad predominante durante todo el año. La política de la compañía de crear unas autopistas en el mar es bien cierta ya que las 20 horas que dura el viaje equivalen a un tiempo semejante viajando por autopistas terrestres y haciendo noche en algún hotel de carretera. En cuanto a precio tampoco las diferencias son muchas y si las hay son a favor del barco.

Además de dormir tienes un montón de horas para no hacer nada, ¡es fantástico!. El buen tiempo ayudó a la sensación placentera de este nuestro primer día de vacaciones. Ya que, a diferencia del empacho de autopista, el viaje en barco ya es tiempo de vacaciones.

Características del Barco:
Nombre: FLORENCIA (Bandera Italiana)
Registro bruto: 26.000 toneladas.
Eslora: 186,4 m
Manga: 25,6 m
Velocidad crucero:22,5 nudos
91 cabinas, 2 suites, 370 camas
Restaurante, salón / bar, Club Vesubio.


Después de una noche en la que la continua vibración interfirió e algunos sueños la luz intensa que entraba por la ventana de nuestro camarote no aceleró en modo alguno nuestros despertares.

El primer café italiano es tal y como lo recordaba: crema, aroma concentrado, caliente sin quemar y un ligero punto amargo: una delicia incluso en esa pequeña taza de plástico. Por delante un completo día “sense fotre res”. Tumbados, sentados aquí y allá las horas pasan lentas, monótonas. Sobre las tres, se observan frecuentes veleros y motoras en rumbos perpendiculares al nuestro. Por una hora el teléfono nos da cobertura “Orange F”. No he visto tierra pero adivino que nos encontramos a pocas millas del extremo norte de Córcega.

Hacia las 17:30 h ¡tierra a la vista!: nuestra recalada es una isla que según el mapa de carreteras es la “Isola di Gorgona”. Tiene una cima de 255 m y su longitud calculo que debe de rondar el kilómetro.

Desembarco nocturno, ya de noche llegamos a San Gimignano.


San Gimignano.

Fueron tres noches, dos días en este pueblo que debe de resultar agobiante de visitar pero para los que nos hospedamos en él, a partir de las siete, tras la marcha de los últimos autobuses, se muestra en todo su esplendor. Tras un primer día de múltiples visitas, Siena entre otras, y de un breve descanso en el hotel, al atravesar su muralla comprendemos que lo mejor del día lo teníamos a nuestro alcance sin necesidad de kilómetros en coche. El paseo al atardecer es de esas experiencias que entran por la piel, se sienten con todo el cuerpo. Callejeando llegamos al restaurante “La Griglia” (la parrilla) y el camarero nos sentó en una mesa en la terraza exterior desde donde, sobre los tejados de esta parte del pueblo, se contemplaba una majestuosa panorámica.


La tercera noche, ya todos reunidos, una vez instalados los primos recién llegados, pertrechados de nuestras pizzas, hicimos un tentempié en la Piazzale dei Martiri di Montemaggio, a las puertas de la ciudad. Después dimos una vuelta nocturna a la ciudad y, desde la plaza de la cisterna, escuchamos el final de la ópera Carmen que se representaba en la una plaza de al lado.

Por la mañana en nuestro último día, temprano nos introducimos de nuevo por su calle central que llega hasta la plaza de la Cisterna, donde todo es tienda, heladería o bar. La Gelateria Boboli a un lado de la calle tiene unas pocas mesas y todas ellas todavía en plena sombra. Disfruté despacio del “expresso” y “aqua frizzante” revisando mis notas mientras grupos cada vez más numerosos iban llenando la calle.





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