Sait saneub


Nota (25/02/10): en este blog cerrado sabáticamente venía observando un fondo de visitas constantes que hasta hoy no terminaba de entender. En la consulta que acabo de hacer a Google Analytics observo que la página más visitada, por encima de la raíz, era esta que se titulaba "tías buenas". Así que he decidido, para no defraudar a los pobres que buscando tias buenas se encuentran con este post, cambiarle el título.

Yo ya sabía que había tías buenas. Lo que no se me había ocurrido pensar es que también había tíos buenos. Estábamos mirando las fotos (blanco y negro) del campo de trabajo del verano (CCOO: compañeros constructores), sostenía en mi mano una en la que yo parecía caminar sobre las aguas del Tormes a su paso por el Barco de Ávila. Estaba radiante, en bañador, con mis 17 añitos sonriendo en mi cara, todos los músculos en tensión manteniendo el equilibrio sobre aquella piedra. Entonces Maite comentó ¡qué bueno está Jerónimo!. Se refería a aquella imagen recortada por el borde de la instantánea de la que sólo podía apreciarse una ínfima parte de cara. ¿Jerónimo está bueno?, acerté a balbucear. Los murmullos aprobatorios de todas confirmaron lo que ya intuía: ¡yo no era un tío bueno!. Fue uno de esos momentos en los que la vida enseña a los que escuchan y yo escuché.

He de confesar que en mi vida ha habido alguna tía buena, como aquella, no sé de donde salió, creo que su prima conocía a un amigo de un compañero mío y aterrizó delante de mis narices. Cuando salió de aquel destartalado 850 que conducía todo se puso a cámara lenta, sus rizos rubios se plegaron y desplegaron infinitas veces como muelles animados por el leve giro de cabeza con el que apartaba el mechón que insistentemente caía sobre su cara. Solo veía sus labios. ¡No! sus ojos. ¡No! su bamboleo al caminar hacia mí. Quizás vi mas cosas, no recuerdo, antes de que me plantara un beso en cada mejilla. Simpática, cariñosa, me comentó la injusticia que habían cometido con ella suspendiéndola por decimoquinta vez de quirúrgica uno.
-Es que, sabes, creo que el profesor me tiene manía-
Supuse que debía influir también el hecho de que ni siquiera había comprado el libro y en las contadas ocasiones en las que había ido a clase no había tomado ni un apunte. Rápidamente me ofrecí a dejarle el mío, más concretamente el de mi hermano porque yo estudiaba con la otra cátedra y usábamos otros textos. Quedamos al día siguiente, en la cafetería, la invité a sentarse y tomar un café pero la prisa por empezar a estudiar la tenía super impaciente. Así que quedamos en que 3 semanas después, cuando hiciera el examen volveríamos a vernos y me devolvería el libro.
No volví a verlos, ni al libro ni a ella. No llegué a saber su nombre ni quien era su prima o el amigo de mi compañero. Unos meses más tarde mi hermano necesitaba consultar algo y no encontraba un libro de quirúrgica. Negué haberlo visto nunca. ¿Para qué querrá éste ahora el libro si ya aprobó el año pasado?


Hubo otra, esta vez morena, no recuerdo más de ella. Todo empezó en las fiestas del pueblo. Se trataba de unos festejos muy completos: Baile y vacas. Por descontado que misas y procesiones a la Santa y Santo patrones. Aquella vez Agustín, mi mejor amigo, el que me quitaba todas las novias, no consiguió triunfar con ella porque desde el primer momento había quedado prendada de mí, de mi inteligencia, de mi bondad, de mi sentido del humor, de mis buenos modales. En resumen ¡yo era la persona más interesante que había conocido jamás! Bailamos lo suelto y lo agarrao, todo hasta la konga. Al acabar la verbena nos despedimos inundados de deseo. Era una lástima que sólo pudiera quedarse esa noche en casa de su prima. Por eso me hizo prometer que a la semana siguiente nos veríamos en la ciudad. Concretamos la cita e intercambiamos nuestros números de teléfono.
Aquellos días transcurrieron lentos inundados de fantasías interrumpidas por interludios de lucidez en los que me decía que aquello no podía ser verdad. Llegado el momento allá estaba yo plantado, esperando en aquella esquina. Ciertamente era una chica impuntual por lo que comencé a pasear por la acera, incluso me senté un rato en un banco de la plaza cercana desde podía vigilar su llegada. Mi corazón se fue desinflando a medida que el tiempo pasaba. Finalmente, ya caía la tarde de aquel caluroso día de agosto, busqué una cabina (en aquellos tiempos el inventor de los móviles debía vestir todavía pañales) y tras un rato de dudas marqué su número.
- Sí, diga.
- ¿María? ¿Eres tú?
- Sí ¿quién eres?
- Habíamos quedado, ¿no recuerdas?
- ....
- Nos conocimos el otro día en aquel baile.
La tía apenas se acordaba de mí y ¡solo habían pasado 10 días!
Volví a recordar: ¡no eres un tío bueno!. ¿Qué te pensabas?
Jamás entendí que pudo pasar. Quizás consulte el caso con Iker Jiménez para que me lo explique.

Hubo una vez en que casi estuve a punto de ligar de verdad con una auténtica tía buena. No diré que Félix fuera un pesado sino mas bien exhaustivo, reiterativo, insistente. Llevaba más de una semana intentando convencerme de que yo tenía posibilidades con ella. Yo le rogaba, le imploraba que callara de una vez pero no había manera. Todas las conversaciones acababan en el mismo punto. Cada vez me resistía menos a sus diatribas porque la verdad es que ella era una preciosidad. Todos nos conocíamos ya que el pueblo no tenía más de mil habitantes y aunque ella era un año mayor que yo e íbamos en cuadrillas diferentes manteníamos una relación fluida. Pero nada de eso valía para infundirme valor cuando finalmente me decidí y la saqué a bailar. Era el primer baile del primer día de las fiestas de aquel año. Todos los bailes de todos los días fueron nuestros. Recuerdo su risa contagiosa, su naturalidad, los apretones furtivos (una fila de sillas llena de madres vigilantes) pasiones contenidas. Es curioso que de aquellos días felices solo guarde un recuerdo difuso. No sé que pasó pero todo acabó, quizás influyó el hecho de que unos pocos meses atrás se había hecho añicos el amor de mi vida. Pero eso ya es otra historia.

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