El mosen y el médico.



Fotografía: pèsol

Recuerdo aquel verano en el que trabajé por primera vez de médico. Hacía tan solo una semana que tenía el título después de los exámenes de junio.

Eran las fiestas del pueblo y me invitaron a ir en la procesión de la fiesta mayor junto con el resto de autoridades. Enfundado en la única americana que tenia, cuello de la camisa abierto, sin corbata y unos tejanos, notaba los espasmos de mi risa interior al verme formar parte de aquel grupo de élite formado por el alcalde y ediles con sus bandas rojas, la reina de las fiestas, el secretario, el sargento de la guardia civil, el presidente de la cofradía agrícola, el boticario y algunas señoras con mantilla. Eramos las fuerzas vivas del pueblo.

Siempre que oigo hablar de las fuerzas vivas recuero los tiempos de franco y... aquella procesión.

Este cartel ha rebuscado en mi memoria haciéndome recordar todo esto. A la vez me ha impregnado de un sentimiento “naif” al pensar en la sencillez con que se hacen las cosas por aquí. Y es que en este pequeño pueblo todavía la gente se siente comunidad y defiende las cosas que considera importantes.

También es cierto que sólo la modernidad puede crear un aparcamiento para el médico y el mosen: ya ni el uno ni el otro viven en la localidad y necesitan de este lugar reservado cuando vienen. Como sólo hay médico de lunes a viernes y Misa los domingos, todos tan contentos... qué mejor forma de optimizar espacio público...

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