Yo no quería ir a París

Habíamos llegado a una gîte soberbia en Beaumont Village, pequeño pueblo junto a Montresor y apenas instalados ya surgió la idea de ir a la capital francesa. En realidad en las semanas previas ya se había indagado sobre hoteles, viajes, lo imprescindible a visitar o lo que iba a costar. Lo sabía y no había dicho nada, a pesar de mi desagrado a los viajes de “visitar cosas”. Yo soy más de estar, disfrutar, pasear, sentir, musiquear o leer. Sí, a pesar de que la perspectiva de una visita relámpago de día y medio a París me horrorizaba no había dicho nada. Estaba tranquilo porque quedaba un último resquicio de esperanza en que alguno de los preparativos improvisado fallara.
Pero aquella tarde en la que ya llegaron con los billetes me vi perdido: el viaje era ineludible, mis protestas no valieron, mis quejas fueron contestadas. Hice valer mi edad, razoné que aquello nos partía las vacaciones. Todo fue en vano,

¡a París, nos vamos a París!


Lunes 20 de agosto, a las ocho menos cuarto salimos de casa y alrededor de las nueve aparcamos en la estación de Saint-Pierre-des-Corps, pueblo unido a Tours dónde paran los TGV. En una hora justa estábamos en la estación de Montparnasse.

Nuestro primer metro (la línea 6) en gran parte de su recorrido al exterior nos muestra, desde casi el principio, la tour Eiffel. Efectivamente estamos en Paris.
El primer día vimos casi Paris: les Invalides, palais de la Découverte, les Champs Elisées, el Moulin Rouge, el Sacre Coeur, el Louvre, l’île y Notre Dame. Hasta asistimos a una escena del rodaje de la segunda parte de la pantera rosa. En Clinchy encontramos una taberna cerca del hotel donde alimentamos nuestros cuerpos, que no nuestras mentes que ya iban sobrecargadas de tanta cosa vista. Quiso el destino que la noche nos diera alcance en pleno barrio latino. Cenamos, como es natural, comida típicamente… ¡tibetana!, lo normal en estos casos, verduras empanadas al curry, pollo al curry, fideos al curry, pan al curry,… nos gustó mucho tanta variedad. Al acabar el metro nos devolvió a nuestro hotel en el boulevard de Clichy (junto al ya comentado Moulin Rouge).

A la mañana siguiente el funicular nos acabó de subir al Sacre Coeur (lo cogimos porque entraba en el billete múltiple de metro que teníamos. Lo complicado de la visita al Sacre Coeur es salir indemne del ataque de los artistas de la plaza. Quien más, quien menos es retratado a lápiz o le es recortada su silueta con tijeras o le hacen una caricatura,…
Como ya habíamos visto toda la ciudad el día anterior solo nos quedaba que revisitar algún sitio en que nos hubiera quedado pendiente algún detalle. Además del Sacre Coeur, volvimos al Louvre, al Arc de Triomf,…

Nuevamente en otra hora el TGV nos devuelve a Saint-Pierre-des-Corps y al anochecer nos encontramos de nuevo en nuestra preciosa casa de Beaumont.

¡¡Paris, Paris, qué ganas tengo de volver a París!!

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