Un paréntesis

Hay épocas en las que la vida te abruma, sientes que te falta el aire para respirar y todo a tu alrededor se acelera. En realidad eres tú el que se ralentiza y no alcanzas a seguir el ritmo que hasta hace poco, no sabes cuánto, era tu forma de vivir. Descubres que ha pasado toda la tarde y de las cinco cosas que pensabas hacer todavía no has acabado la primera. No te atreves a llamar a… ni hablar con… sientes el resoplido de la máquina de tren (de vapor) al llegar a la estación y decides parar, abrir un paréntesis.

Como seguidor de blogs, que es lo mismo que seguidor de personas, veo con cierta frecuencia cómo activos escritores caen en la inactividad dejando sus ventanas blogueras abandonadas, las más de las veces sin aviso previo. Se adivinan siempre cambios vitales, a parte del aburrimiento y la sequía en la inspiración, como son los hijos nuevos, cambios de trabajo, el zarpazo de alguna enfermedad o el ser presa de fantasmas del pasado, submundos como dice la ND. Se trata de paradas técnicas de mayor o menor duración, desde unos días que pasan casi desapercibidos, hasta meses o años. Y vuelta a empezar.

Los amantes de etiquetas hablan de la crisis de los treinta, cuarenta o cincuenta,… no creo que haya tantas edades críticas aunque sí que es evidente que el cuerpo deja de ser silencioso y comienza a quejarse a final de la década de los cuarenta. Cumples los cincuenta y todo son males… Y por lo que observo el cuerpo empieza a hablar y quejarse a los cincuenta pero a los setenta ya no susurra sino que grita a voz en cuello. En una entrevista a no recuerdo quien, que ya calzaba los 75, el locutor de radio le preguntó cómo se encontraba. El susodicho respondió que fenomenal, pero que si cuando tenía treinta años se hubiera despertado un día notando todos sus actuales achaques de bien seguro que se habría quedado en la cama.

Me reanudo en este blog porque me siento bien.
Parafraseando a un grupo de Facebook inicio una fase de navegación tranquila.

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