Trobada de vela llatina a Vilassar de Mar 2013
Trobada se traduce literalmente como encuentro y eso es lo que ocurrió el pasado sábado en las arenas de la playa de punta de Garbí en Vilassar. Este pueblo marinero de la costa del Maresme recuerda cada año, de la mano de los amigos de Bricbarca, cómo sus playas, actualmente repletas de turistas, eran el puerto de pescadores herederos de miles de años de historia.
Los tripulantes de la Massagran participamos de estas horas de encuentro entre amigos y os podemos explicar cómo las barcas, con el hierro a popa y la proa enganchada a la arena, se amarraron a las estacas de la playa. También podemos contar cómo fue la subasta de pescado a la manera de antes y, como no, el bautizo de la Carme i Geni y de la Pinya de Rosa IV. Un día espléndido que hemos de agradecer a la ilusión y el trabajo de Bricbarca.
Pero en la Massagran pasaron más cosas que marcaron este día con especial acento.
Por la mañana navegábamos ciñendo con la vela mayor y la pollacra (ver la figura más abajo), ayudados con una punta de gas en el motor para poder salvar la boya de entrada a la playa. Nuestro rumbo era paralelo a la costa a menos de una milla de ésta. Hay que explicar que el ruido del solé de 17 caballos lo inunda todo y las conversaciones se ahogan si no fuerzas la voz. Aún así oímos unos gritos que venían del mar. Tres personas una milla mar adentro parecían estar sobre unas tablas de surf de esas que ahora están de moda con remos. La primera impresión es que se gritaban entre ellos en algún juego veraniego. Al pasar un par de minutos de nuevo gritos y esta vez los tres estaban nadando y ni rastro de las supuestas tablas. Bajamos rápidamente velas y nos dirigimos a ellos a toda máquina (ya os he dicho antes que nuestro motor es de 17 cv: a toda marcha no pasamos de los cinco nudos que es menos de 10 km/h). Al llegar a su posición les arrojamos nuestros chalecos salvavidas y uno tras otro los subimos a nuestra barca. El resalte a modo de peldaño de la proa ayudó lo suyo a la hora de sacarlos del agua.
Íbamos a pescar cuando el fueraborda se empezó a mover; Casi sin darnos cuenta se cayó y se fue al fondo; Nos arrancó toda la parte posterior de madera (la roda de popa) y empezó a entrar agua; En pocos minutos la barca se fue a pico.
En bañador, sin ninguna de sus pertenencias, todavía con el susto en el cuerpo empezaron a fluir sus emociones. La ilusión con la que habían comprado la barca, el nuevo motor,... solo querían pescar y disfrutar de este verano... era su primera experiencia en el mar. Otro dijo: ¡qué vergüenza cuando lleguemos a la playa!, ¡se nos van a reír todos!. Esto último no lo entendí hasta llegar a tierra cuando nos explicaron la poca experiencia de estos pobres y los numeritos que habían montado antes de conseguir separarse unos metros de la playa. El caso es que al llegar desembarcaron de un salto y desaparecieron de nuestra vista en menos de lo que canta un gallo. Ya no hemos sabido nada más de ellos.
Después de esta aventura, con la Massagran amarrada, participamos de los actos de la trobada que ya se han descrito antes. Y como fin de fiesta ¡todos a navegar!.
Largamos el cabo de proa y, con el motor en marcha, cobramos el cabo del ancla hasta que la profundidad nos permitió poner el timón. Ya fuera del canal de entrada comenzamos a izar la mayor cuando... ¡la sentina está llena de aceite negro! Paramos al instante el motor (tirando del cordel que substituye al estrangulador eléctrico y que hace años que dejó de funcionar) y arrumbamos a Arenys a vela con el Garbí que nos venía casi de popa redonda. Nos pusimos a la valenciana (a la orsa llarga) y a partir de ahí: navegación tranquila. El motor ni se nos ocurrió volver a encenderlo después de ver el estropicio que una fuga de aceite en la parte alta había producido. Cuando faltaban dos millas el viento casi inexistente nos hizo sacar los remos y pasadas las cinco de la tarde llegábamos a puerto.
La primera reflexión al vuelo es la de que hemos de ser conscientes de nuestras limitaciones cuando vamos al mar ya que se trata de un medio inhóspito y si surge algún imprevisto solo contaremos con nuestras capacidades y con aquello que llevemos preparado. En este caso se podría haber evitado el hundimiento de la barca si los tripulantes hubieran hecho sus pinitos a una distancia más cercana a la costa y se hubieran dejado aconsejar por alguien con experiencia. Otro tema es el material de seguridad claramente insuficiente: no llevaban radio ni chalecos para todos y ¡aún gracias que sabían nadar!.
Por otra parte la avería del motor nos dejó en las mismas condiciones que tenían los pescadores de nuestra costa hasta hace unos 50 o 60 años. Para ellos era el pan de cada día lo que para nosotros resultó una tarde diferente en la que no pudimos llegar a la hora de comer. Y es que la evolución que ha sufrido nuestra sociedad en los últimos 50 años ha sido de tal magnitud que ha roto con todo lo anterior. Se ha destruido en un par de generaciones una inmensa cultura de conocimiento del medio. Nuestros abuelos sabrían subsistir cultivando o pescando. La mayoría de nosotros moriríamos de hambre si cerraran los supermercados.
Los tripulantes de la Massagran participamos de estas horas de encuentro entre amigos y os podemos explicar cómo las barcas, con el hierro a popa y la proa enganchada a la arena, se amarraron a las estacas de la playa. También podemos contar cómo fue la subasta de pescado a la manera de antes y, como no, el bautizo de la Carme i Geni y de la Pinya de Rosa IV. Un día espléndido que hemos de agradecer a la ilusión y el trabajo de Bricbarca.
Pero en la Massagran pasaron más cosas que marcaron este día con especial acento.
Por la mañana navegábamos ciñendo con la vela mayor y la pollacra (ver la figura más abajo), ayudados con una punta de gas en el motor para poder salvar la boya de entrada a la playa. Nuestro rumbo era paralelo a la costa a menos de una milla de ésta. Hay que explicar que el ruido del solé de 17 caballos lo inunda todo y las conversaciones se ahogan si no fuerzas la voz. Aún así oímos unos gritos que venían del mar. Tres personas una milla mar adentro parecían estar sobre unas tablas de surf de esas que ahora están de moda con remos. La primera impresión es que se gritaban entre ellos en algún juego veraniego. Al pasar un par de minutos de nuevo gritos y esta vez los tres estaban nadando y ni rastro de las supuestas tablas. Bajamos rápidamente velas y nos dirigimos a ellos a toda máquina (ya os he dicho antes que nuestro motor es de 17 cv: a toda marcha no pasamos de los cinco nudos que es menos de 10 km/h). Al llegar a su posición les arrojamos nuestros chalecos salvavidas y uno tras otro los subimos a nuestra barca. El resalte a modo de peldaño de la proa ayudó lo suyo a la hora de sacarlos del agua.
Íbamos a pescar cuando el fueraborda se empezó a mover; Casi sin darnos cuenta se cayó y se fue al fondo; Nos arrancó toda la parte posterior de madera (la roda de popa) y empezó a entrar agua; En pocos minutos la barca se fue a pico.
En bañador, sin ninguna de sus pertenencias, todavía con el susto en el cuerpo empezaron a fluir sus emociones. La ilusión con la que habían comprado la barca, el nuevo motor,... solo querían pescar y disfrutar de este verano... era su primera experiencia en el mar. Otro dijo: ¡qué vergüenza cuando lleguemos a la playa!, ¡se nos van a reír todos!. Esto último no lo entendí hasta llegar a tierra cuando nos explicaron la poca experiencia de estos pobres y los numeritos que habían montado antes de conseguir separarse unos metros de la playa. El caso es que al llegar desembarcaron de un salto y desaparecieron de nuestra vista en menos de lo que canta un gallo. Ya no hemos sabido nada más de ellos.
Después de esta aventura, con la Massagran amarrada, participamos de los actos de la trobada que ya se han descrito antes. Y como fin de fiesta ¡todos a navegar!.
Largamos el cabo de proa y, con el motor en marcha, cobramos el cabo del ancla hasta que la profundidad nos permitió poner el timón. Ya fuera del canal de entrada comenzamos a izar la mayor cuando... ¡la sentina está llena de aceite negro! Paramos al instante el motor (tirando del cordel que substituye al estrangulador eléctrico y que hace años que dejó de funcionar) y arrumbamos a Arenys a vela con el Garbí que nos venía casi de popa redonda. Nos pusimos a la valenciana (a la orsa llarga) y a partir de ahí: navegación tranquila. El motor ni se nos ocurrió volver a encenderlo después de ver el estropicio que una fuga de aceite en la parte alta había producido. Cuando faltaban dos millas el viento casi inexistente nos hizo sacar los remos y pasadas las cinco de la tarde llegábamos a puerto.
La primera reflexión al vuelo es la de que hemos de ser conscientes de nuestras limitaciones cuando vamos al mar ya que se trata de un medio inhóspito y si surge algún imprevisto solo contaremos con nuestras capacidades y con aquello que llevemos preparado. En este caso se podría haber evitado el hundimiento de la barca si los tripulantes hubieran hecho sus pinitos a una distancia más cercana a la costa y se hubieran dejado aconsejar por alguien con experiencia. Otro tema es el material de seguridad claramente insuficiente: no llevaban radio ni chalecos para todos y ¡aún gracias que sabían nadar!.
Por otra parte la avería del motor nos dejó en las mismas condiciones que tenían los pescadores de nuestra costa hasta hace unos 50 o 60 años. Para ellos era el pan de cada día lo que para nosotros resultó una tarde diferente en la que no pudimos llegar a la hora de comer. Y es que la evolución que ha sufrido nuestra sociedad en los últimos 50 años ha sido de tal magnitud que ha roto con todo lo anterior. Se ha destruido en un par de generaciones una inmensa cultura de conocimiento del medio. Nuestros abuelos sabrían subsistir cultivando o pescando. La mayoría de nosotros moriríamos de hambre si cerraran los supermercados.
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