23 momentos

No soy fan de los libros de autoayuda aunque en uno de Albert Espinosa he encontrado algunas cosas de valor, entre ellas la sugerencia de buscar veintitrés momentos especiales en tu vida.

Y me he puesto a recordar…

Verano, en el coche, ventanillas bajadas, en las curvas el sonido de las vallas de la carretera que estaban hechas de obra.

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Pan con chocolate para merendar. Y una vez, no tenía más de seis años, en casa de Conchita me dieron una sopeta (rebanada de pan con buen chorreón de vino tinto del porrón y azúcar), aquel día aluciné porque en casa, por motivos obvios, jamás me habían dado semejante manjar.

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Siesta de verano, habitación medio en penumbra, se cuelan algunos rayos de la luz entre las contraventanas. En la calle, sobre un fondo de silencio caluroso, se oyen voces esporádicas a lo lejos y algún ladrido.

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La campana se tocaba tirando de la cuerda que llegaba hasta el lado derecho de la puerta de entrada a la iglesia. Pero en las grandes ocasiones había que subir al campanario para bandear la campana grande en las fiestas o para tocar a difuntos (mi preferido) utilizando también las dos llantas de camión que hacían de campanas pequeñas. Ting………Tang……..Doooooongggggg.

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Los domingos, al salir de Misa, mis padres me daban una peseta y corría con mis amigos a la cafetería del pueblo a comprar un chicle Bazooka que duraba toda la semana.

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No puedo describir aquella pequeña tienda del pueblo, tampoco recuerdo como se llamaba la señora mayor que nos vendía los lápices, gomas Milan y plumillas. Lo que sí recuerdo es su olor, mezcla de detergente a granel, legumbres, papelería, y que sé yo la de cosas diferentes que se despachaban en los “ultramarinos”. Y sé que lo recuerdo porque hace unos años, recorriendo Asturias en bicicleta, entré en un bar/teléfono público/almacén/… de un pueblín y el olor me llevó de vuelta a aquella tienda de mi infancia.

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La marcha empieza temprano cuando el objetivo es un tres mil. Siempre hacia arriba, la subida se empina en el tramo final hasta que los muslos casi te chocan con el ombligo a cada paso y la respiración te empieza a faltar. La cima es una suma de cansancio, satisfacción y emoción de la meta conseguida.

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Tarde de invierno en el camino a los baños, paseamos de la mano entre hayas y abetos y comienza a nevar, copos enormes oscilando suavemente en su caída, luz tenue, el silencio domina el bosque en el valle de Benasque.

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Los nuevos tiempos trajeron el pavimentado del pueblo (Mediana de Aragón). Se habían acabado los terribles barrizales que se organizaban cuando se mojaban las calles. Tras la primera lluvia el desagradable baf “amargo” del asfalto húmedo me enseñó cómo me gustaba el olor de la tierra mojada.

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Acabó el mes de trabajos en las iglesias de la Fueva. El párroco de Tierrantona nos consiguió de su colega de Benasque alojamiento para una noche. Al bajar del autobús el aire frío de aquella tarde de finales de julio acarició mis fosas nasales con la primera respiración. Siempre que vuelvo a la montaña y aspiro ese frescor especial recuerdo aquella tarde de Benasque, sé que estoy en el Pirineo.

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Nervios en medio de ese malestar impreciso que acompaña a las madrugadas. Ambiente frio y aséptico en el hospital. Dolor que no siendo mío también duele. Y entonces ocurre el milagro acompañado de llanto, el primer llanto. En ese mismo instante tu amor se desborda sobre tu hijo recién nacido.
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Se han hecho mayores, comer con mis hijos y sentir sus penas y alegrías. Saberlos tan cerca, independientes pero no aun del todo. Conversación plácida, a veces no tanto, en la que sabemos que nos queremos. Cuando se van queda flotando la calidez de nuestra relación y la frescura de su juventud.

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Os conocéis aunque no llegáis a la categoría de amigos. Ha venido por un problema que le preocupa, levanta la cabeza, te mira y se olvida por un momento del motivo que le ha traído y te pregunta, ¿estás bien?, al verte más delgado pensé que te pasaba algo.
Siento un profundo agradecimiento y la agradable sensación de que alguien se preocupa por mí

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En el aséptico clima del quirófano, pijama, bata, gorro, todo es verde. Mascarilla, guantes estériles, campo quirúrgico pintado y delimitado por las tallas. Cuando todo acaba y se da el último punto de cierre se rociaba la herida con Nobecutan y el ambiente quedaba saturado con el olor a pegamento

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En aquella época al entrar de guardia en el centro de salud sabíamos que nos esperaban dos horas de consulta ininterrumpida, se notaba que faltaba un médico en plantilla. Apenas había hecho tres visitas cuando se presenta la emergencia: dolor torácico. Al llegar a la sala de urgencias Alfonso ya había hecho el electro: un infarto. Ponemos en marcha el protocolo y preparamos el flamante desfibrilador (DEA) que habíamos recibido hacia unos días. Al activar el SEM nos dicen que la unidad de la zona está ocupada y nos envían una ambulancia convencional. Y es entonces cuando al paciente se le paró el corazón. El mío dio un vuelco mientras conectábamos el DEA. La primera descarga devolvió la conciencia al paciente que se incorporó y ante nuestros ojos atónitos nos pidió un vaso de agua. Justo en ese instante entraban los sanitarios de la ambulancia que dieron un respingo al ver el lío y sin más dilación activaron el SEM de Mataró que finalmente trasladó al paciente al hospital. Estaba como un flan, no sé cómo pude acabar con la consulta que después de una hora todavía era más numerosa. Lo que sí recuerdo es que aquella noche la emoción no me dejó dormir, sin el DEA aquella persona habría muerto.

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Moler pimienta es uno de los momentos que más me gustan mientras cocino. Pienso que el cocinero es el que realmente disfruta del aroma de esta especia tan maravillosa.

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Un libro sobre los pequeños placeres de la vida se titula el primer trago de cerveza. Yo el trago al que me quiero referir ahora es el que tomo con amigos. Y es que esa bebida se transforma cuando la disfruto en compañía.

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Abrazo largo dejándote llevar, sin prisa, ninguno de los dos necesita que se acabe. Un suspiro, un gemido.

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Beso con piel. Los labios se rozan en un beso eterno a la vez que nuestras pieles se unen desnudas.

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Tocar un instrumento es algo especial. Y los de viento tienen un alma muy personal. Monto la flauta, respiro hondo y relajado; cuando apoyo la embocadura noto su tacto frío en mis labios. La primera nota siempre vacilante; y entonces sientes cómo el sonido que viene de tu abdomen y pasa por la garganta se traduce en un Si precioso y cargado de todos los matices que es capaz de dar la travesera.

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Te sabes en forma cuando subido en la bicicleta abordas la dura rampa en la que se ha convertido el camino. Y sientes tu respiración neta y profunda, mientras que las piernas empujan con fuerza los pedales y te fundes con el bosque que te rodea.

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La playa en invierno fue un descubrimiento cuando vine a vivir a la costa. Nada más que una imagen.

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Recojo el momento más reciente haciendo el Camino de Santiago. Cada día a las ocho ya estábamos caminando, una corta parada para un bocata a media mañana y la etapa la dábamos por completa allá donde llegábamos a medio día, o antes si nos lo decían nuestras piernas. El cansancio dejaba unas tardes de meditación espontánea en pueblos donde pocas cosas había para hacer a parte de un plácido aburrimiento.


Estos son los momentos que ha rescatado mi memoria. Seguro que es una lista dinámica que puede evolucionar con el tiempo y el acceso a mis recuerdos.

Si hay alguien al otro lado del ordenador te invito a que compartas conmigo algún momento de tu vida.

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