¿De dónde venimos...?

... ¿adónde vamos? y ¿qué hacemos aquí?, son las tres preguntas básicas que eminentes filósofos, teólogos y demás gente de mal vivir han intentado responder desde que el hombre es hombre. El interés por estas cuestiones afecta de pleno al común de mortales sin que para ello necesitemos de aquellos títulos intelectuales. No existe una respuesta demostrable ni científica a ninguna de las tres preguntas, tampoco el raciocinio nos permite deducciones definitivas. Los mismos argumentos que llevan a demostrar la existencia de Dios (véase las cinco vías de Santo Tomás de Aquino) pueden demostrar lo contrario.

De entrada las tres preguntas inquietan, especialmente la que afecta a lo de morirse. Tanto es así que desde la noche de los tiempos se han buscado respuestas en la magia y en la religión. El saber que el morir es el principio de una nueva vida, a ser posible en el cielo, es un bálsamo para la angustia de pensar en nuestro final. Hay quien se rebela y niega la mayor diciendo que todo esto es una patraña y que Dios es un invento de beatos y meapilas para joder al prójimo. Luego les da la nausea del ser y se ponen insoportables. También están los agnósticos o pasotas del tema que no necesitan respuesta alguna para vivir.

Descartes dijo “a ver si nos organizamos” y, dudando de todo lo que le habían enseñado, sentó una primera base: “cogito ergo sum” (pienso, luego existo).

En resumen: ¡volvemos al principio!, estamos seguros de existir pero seguimos sin saber de dónde venimos ni adónde vamos y por ende ¿qué pintamos aquí?

Por mi trabajo tengo mucha relación con gente mayor a la que me gusta escuchar y he observado cómo en una gran mayoría de casos las personas destilan el conocimiento de todo lo que han ido viviendo llegando a ser auténticas enciclopedias de la vida. Un aspecto común de este destilado es la TOLERANCIA, incluso en personas profundamente religiosas y conservadoras.

No discutiré con quien me diga que algunos abuelos se convierten en caricaturas de lo que fueron. También están aquellos a los que la demencia les roba el alma en vida, pero salvando estas excepciones he observado las conclusiones de diferentes personas mayores en su paso terrestre y expongo a continuación interpretaciones mías de explicaciones no explícitas de ellas y ellos. Por discreción no diré algunos nombres pero todos los enunciados vitales tienen cara, no hay ninguno inventado. No sé que piensan o pensaban de los orígenes y destinos pero sí que intuyo sus respuestas al ¿qué hacemos aquí?

La vida es trabajo:
Él ya tiene 89 años, siempre mide todo lo que le pasa en unidades de trabajo. Cuando se pone enfermo no piensa en cuánto ha sufrido sino en cuantos días ha estado dedicado a curarse. Le veo trabajando sin descanso desde que era un niño. Es una persona fiable que nunca dejará nada por acabar. Ahora que su cuerpo y mente claudican y desde hace un tiempo casi nada puede hacer arrasado por los achaques, se está dejando apagar suavemente ¡para no dar faena a los demás!

La vida es fortaleza y sensibilidad:
Él era mi tío Isidro, cuando murió a los 91 años había superado duras pruebas en esta vida gracias a su fortaleza y principios. Como cuando a finales de la república se enfrentó a un piquete de huelga que no le dejaba abrevar las mulas. El cabecilla anarquista reconvertido a falangista en la guerra civil fue el causante de muchas desgracias en nuestra casa en la que todos pertenecían a la agrupación republicana del pueblo. Ya tenía más de sesenta cuando un buen día se sacó el caliqueño de la boca (siempre lo llevaba, encendido o apagado) y dijo “No puedo alentar, ya no fumo más” tiró el desigual cigarro y jamás volvió a fumar. Cuando alguien le preguntaba que cómo había conseguido dejar el tabaco, respondía con intensidad “los hombres de verdad sólo tienen una palabra” Bajo su rudeza escondía una gran paciencia y cariño con nosotros cuando nos llevaba en su carro o nos enseñaba labores del campo haciendo ver que perdía los nervios y que no teníamos remedio: ¡más valía que nos dedicáramos a estudiar!

La vida está en la naturaleza.
A ella, de 84 años, la encontrarás en el bosque de buena mañana, es la campeona de los bolets (setas), sabe donde hay espárragos silvestres, castañas, moras, madroños… es una hada que se funde con el frescor del aire y la humedad de la hojarasca. Conoce el palpitar de las estaciones, los rincones secretos y su sencillez es sobrecogedora. Me explica que siendo una niña al salir de la escuela había de llevar la comida a su padre que trabajaba en el campo y con el resto de los niños corrían entre bosques en aquella época siempre limpios porque se utilizaba hasta la última rama. Ahora cuando sus hijos preocupados le dicen que algún día puede caerse contesta, tranquila, que es más fácil que se caiga en el suelo embaldosado de su casa que en la seguridad de sus pies en la tierra del bosque…
También unido a la naturaleza está él, “pagès” de 84 años; sabe cuando se ha de plantar cada hortaliza y cómo crece, si le afecta el hielo, o el viento; si la agostará el sol, qué orientación es la idónea. Se le hace la boca agua cuando habla de sus judías “del ganxet” o de los huevos que cada día recoge en el gallinero. Sabe que esa hierba cura los cólicos de las criaturas y que aquella deshace las piedras de riñón. Conoce el lenguaje de las nubes, sabe si lloverá, hará frío o calor. Cuando va al huerto ni siquiera le duelen las rodillas.

La vida es conquistar la independencia
Ella siempre ha ido a la suya, ni quiso casarse cuando tuvo ocasión. A los 82 años su rebeldía es más intensa incluso que en la juventud y es la energía que la mantiene viva aunque ahora le cuesta esfuerzo cada bocanada de aire. Prisionera de su corazón que no le permite caminar más allá del final de la calle rehuye a los médicos y a las medicinas. ¡Todo un carácter!
Con él me había cruzado muchas veces, siempre en su bicicleta, pero hace pocos meses que nos conocemos. Casi ermitaño, vive lejos, en el bosque, rodeado de su pequeño huerto. Allí es autosuficiente. Pero no vayáis a pensar que su carácter sea huraño y que evite el contacto con otros. Al contrario, pocas personas encontrarás tan correctas como él. Su conversación es nítida y directa sin una palabra de más ni de menos.

La vida es el camino
Estoy hablando literalmente. No sé si pasa en otros lugares, pero en el pueblo hay un grupo de mujeres, menudas, que más de la mitad del día están caminando. La compra, ir de visita, ir al campo y cuando la actividad del día se acaba ¡a dar un paseo! Fueron muriendo, ninguna por debajo de los noventa. Hoy solo queda ella que a sus 85 años recorre varias veces al día el trayecto entre su casa y el pueblo. Su vida transcurre en el camino con alguna parada, en su casa, en la tienda,… El caminar es su alegría, es su vida.

La vida es magia interior.
A sus 82, el relato de su vida pasa por cómo ha sentido cada acontecimiento en su interior. Sus angustias, dolores, alegrías, preocupaciones se manifiestan a través de sentimientos únicos e intransferibles. Si se toma una pastilla nota cada paso de la sustancia química por los entresijos de su cuerpo y de si se apodera el frío de su ser o si la comida fortalece su ánimo. Ella se proyecta hacia la casa que adquiere vida a su paso, cada rincón, cada objeto le pertenece, porque es ella misma. Mi descripción es confusa porque su compañía se puede sentir pero no explicar.

La vida es una dirección hacia delante.
Son hermanas, de 91 y 92, y nada las para ya que su misión, casi obsesión, es vivir hacia delante. Hoy parecen haberse derrumbado y mañana ya están nuevamente dispuestas a la marcha. Impresiona su determinación natural, no meditada, ante el día a día; sus casas, cada una en la suya, huelen a limpio y están cuidadas y ordenadas, por supuesto que no admiten que nadie vaya a ayudarlas. A duras penas consintieron en la tele-alarma y para de contar. Ni que decir que van como un pincel (una es más presumida que la otra), blusas floreadas y de plancha impecable, faldas lisas de colores claros y pelu semanal. Su cara con facilidad se ilumina con la risa que espanta todos los males.

La vida son los amigos
El otro día le entrevistaban por la tele y a la pregunta de cómo le gustaría que le recordasen, Francisco González Ledesma, de 82 años, respondió: “querría que me recordasen por ser una persona con buenos amigos”. Periodista toda su vida hasta que lo jubilaron, siguió escribiendo novelas policíacas protagonizadas por el comisario Ricardo Méndez; ahora ha presentado la última “No hay que morir dos veces”. Estas personas no necesitan de un análisis intelectual para entender la vida ya que ésta viene explicada por su relación con los demás.
En el curso de la entrevista comentó el caso de un amigo de profesión que estuvo a punto de palmarla y al que le preguntó ¿viste el túnel con la luz blanca? y ¿qué sentiste? A lo que el otro contestó: curiosidad. ¡¡¡Periodista hasta el final!!!

Veo la vida pasar con serenidad.
Recuerdo su mirada plácidamente intensa y media sonrisa siempre instalada en su cara. Su expresión no necesitaba de la ayuda de la palabra para hacerse entender. Cuando el momento lo permitía su conversación era intensa., ajena a la banalidad, y su sonrisa se revelaba un punto escéptica. Sentado en un banco del andén, frente a la playa, saboreaba el sol de la tarde mientras pasaban gentes y trenes. Muchos se paraban a hacer la “charradeta” o descansar del paseo, así que era raro verlo solo. También lo podías encontrar en la puerta de su casa, bajo el arco de piedra, hasta que las fuerzas inmobiliarias lo sacaron y lo llevaron a un sitio comodísimo, monísimo y limpísimo donde estaría muy bien cuidado. No podía ser que un viejo ocupara una casa vieja que se podía convertir en un puñado de pisos y apartamentos nuevos (todavía quedaba lejos la crisis). Supe de él a través de su amigo del alma hasta que murió el mensajero. Así que no sé si sigue sentado compartiendo su serenidad con algún abuelo medio demenciado de la residencia.
De mayor me gustaría ser como él.



Todos ellos son testimonio de vidas vividas como mejor han sabido y ninguno me ha dicho a dónde vamos aunque yo lo he adivinado.

Viene a mi memoria un recién recordado poema de Dámaso Alonso (Mujer con alcuza):

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches

¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

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